E-20 Donde llevas el tatuaje?

Karím es un buen nadador, yo todavía no sé cómo me atrevo a meterme en una piscina, si hubiera momias de nutrias, él lloraría al ver a sus antepasados. Nos colocamos los bañadores, por supuesto muy pudorosamente, él no sólo entró al aseo, sino que antes de salir preguntó si yo estaba ya listo. Aunque los dos seamos hombres es ramadán y ni a él lo pueden ver desnudo, ni el puede ver desnudo a nadie. Me parece una exageración, pero los temas religiosos son como son y mientras a mí no me afecten en cuestiones importantes, les tengo todo el respeto posible.  Con nuestras toallas y camisas subimos a la terraza del hotel. Un pequeño bar y una gran piscina, fenomenal. El primero en bañarse es Karím, yo estoy pensando en que un zumo del bar podría estar bien y ayudarme con el hambre que tengo, pero entiendo que será mejor tomarlo después del baño. Estamos solos en la piscina, aunque hay alguna persona más en la terraza, pero muy pocas, es que son las tres de la tarde y el sol en Luxor no es igual que en Cairo. Hace verdadero calor, así que tras un breve baño decido salir y ponerme a la sombra.
Karím sale del agua, se me acerca mientras estoy colocando la toalla en la tumbona y poco a poco consigue que me acerque a la piscina lo suficiente para una de sus habituales bromas. Un pequeño un empujón, con no mucha fuerza, pero que ni siquiera pude presentir, fue suficiente para desequilibrarme y hacerme caer de nuevo en la piscina. Ahora lo pienso y no podía estar más claro, pero en aquel momento, la verdad, ni se me pasó por la cabeza algo semejante. Seguramente estoy tan cerca de cumplir los 40 años que ya no me queda casi nada de las locuras de juventud. ¿Será que, pese a la opinión de mi mujer, finalmente he madurado? No, porque una vez dentro del agua fui yo quien tiró de una pierna de mi compañero hasta que también él terminó dentro y aprovechando el momento rápidamente me lancé a ahogarlo. Bien, sigo siendo un adolescente.
Ahora con más cuidado sí salí del agua y me tomé el ansiado zumo de mango, llevarlo en la mano y alejarme del borde de la piscina eran mi único seguro anti-chapuzones. Cuando terminé el zumo mi compañero salió de la piscina y fuimos a la habitación, teníamos que cambiarnos para ir al pueblo, a comer en mi caso, y desayunar en el suyo; pronto serían las cinco y veinte de la tarde, escucharíamos la voz, comeríamos algo y sería de noche.


La nutria del Nilo

No fuimos a cenar donde siempre, yo tenía ganas de comer lo que encontraba por las calles, curiosamente aunque era viernes estaban los comercios abiertos, así que compramos pan, arroz, fruta, pollo a la brasa, en fin, un poco de todo, agua para mí y una bebida refrescante en un envase color verde que debía ser algún refresco cítrico pero cuyo sabor dulzón no me gustó en absoluto, mientras mi compañero decía que era mejor que la pepsi. Supongo que, por cómo se bebió aquella botella, sería una de sus bebidas favoritas, todo estaba escrito en árabe y nunca he visto algo parecido, a mí no me gustó y nos sentamos en un banco de la corniche a cenar nuestra pantagruélica adquisición.
Pregunté a Karím por qué no había ido a la mezquita, y por qué no rezaba. Me dijo que él si rezaba, aunque yo no lo viera, que a la mezquita, al estar fuera de su casa no iría, que no pasaba nada. Bueno, yo no sé si tiene o no obligación de ir, pero le indico que no quiero que desatienda sus obligaciones religiosas por estar conmigo, que yo no tengo ningún problema en quedarme tomando algo o en acompañarlo, como el prefiera, total si hay que ponerse a rezar, con mi galabeya y hacer lo mismo que hagan los demás, ya aplicaré yo mis pensamientos a lo que deba aplicarlos.
Entonces Karím me dice que soy buena persona, pero que no soy cristiano, es más, que soy un hombre sin religión. Pienso que me lo dice porque estoy dispuesto a ir con él a una mezquita y participar de sus ritos, le explico que lo haría con respeto pero mientras él reza a su Allah, yo aplicaría ese tiempo a mi Dios.
No es por eso – me dice- tu me ayudas a que no rompa el ayuno y te  preocupas por que cumpla con mi religión, los cristianos intentan que los musulmanes dejemos nuestra religión, tu no eres cristiano.
Le contesto que eso no es así, que hoy en día todo el mundo respeta las religiones de los demás, especialmente los cristianos.
Entonces –me pregunta- ¿donde está tu tatuaje? esta mañana te he visto en la piscina y no llevas tatuaje.
¿Qué tatuaje?, le pregunto, y me contesta que todos los cristianos llevan un tatuaje con una cruz, que algunos no la llevan en el brazo pero la llevan en el cuerpo o, por lo menos llevan una cadena con una cruz colgante y que, como yo no la llevo, no soy cristiano, puesto que tampoco soy musulmán y, por lo que hemos hablado sabe que no soy judío, está claro que soy buena persona, pero soy un hombre sin religión.
Lo primero que hago es echarme a reír, le digo que a lo mejor llevo el tatuaje donde él no ha podido verlo, y me parto de risa mientras se lo digo. Pero no, en lo que él no ha visto de mi cuerpo no llevo ningún tatuaje, que eso que dice del tatuaje para ser cristiano me parece una broma. Karím muy serio me lo asevera, tengo que creerlo y explicarle que yo soy católico y que quizá los ortodoxos coptos lleven tatuaje, pero que aquí el tatuaje más famoso es el de “amor de madre”. Estoy casi con un ataque de risa mientras se lo cuento, tampoco procede explicarle que he llevado mucho tiempo la Cruz de Caravaca, hasta que me la robaron cuando entraron en mi casa, por cierto fue lo único que se llevaron.
Le explico que hay personas que sí llevan una cruz pero que otras no y que lo del tatuaje es absolutamente excepcional en el mundo católico. Me mira con cara de incredulidad pero le aseguro que le estoy diciendo la verdad y que si coincidimos con turistas europeos se convencerá por sí mismo.  Como estamos en la orilla del Nilo él mirará a los turistas, yo miraré a los egipcios. Pronto los dos nos damos cuenta de que las dos cosas son ciertas, los europeos aunque seamos cristianos no llevamos tatuajes ni cruces y los coptos sí que llevan tatuada una o varias cruces, normalmente en la muñeca.

Le digo que tampoco él lleva ningún tatuaje y me explica que como es musulmán no los puede llevar, porque el día del la vida final (o algo así, que supongo será su resurrección) todos los tatuajes se convierten en fuego que queman al musulmán, causándole un gran sufrimiento.
Tendré que informarme de todas estas cosas porque mi ignorancia sobre el Islam creo que es un obstáculo para entender los comportamientos y habrá que ponerle remedio. Karím me aconseja que lea el Corán y libros de su religión. Creo que no es la primera vez que lo hace, sacando esa vertiente proselitista. Vuelvo a decirle que no me voy a convertir en musulmán y me dice que no importa, que debo aprender sobre su religión para conocer las cosas que no le gustan a Alá y aunque no sea musulmán, si soy buena persona, tendré otra vida, cuando los dos gigantes que se lo comerán todo y acaben con el mundo.
Terminada la cena concluyó también esta discusión teológica, así que nos encaminamos a nuestra rutina de diversiones habitual, tan sólo alterada por mi deseo de comprar una “same card” una tarjeta de teléfono móvil egipcio. Tras visitar dos tiendas, me compré una tarjeta que introduje en mi teléfono, el contrato lo firmó Karím, a mi me habría sido imposible y él tiene hoy ese número de teléfono, bueno, su hermana en realidad, porque el último día se lo entregué ya que a mí no me serviría de nada y me caducaría al no recargarlo. Así que desde ese momento tenía un número de teléfono egipcio y lo primero que hice fue comunicarlo a las personas más allegadas, tanto las que estaban en España, como los que estaban en Egipto. Enviar mensajes a un céntimo de euro, o hacer llamadas al precio egipcio era todo un lujo, ahora podría estar en comunicación con todo el mundo sin agotar el exiguo saldo que me quedaba en mi teléfono español. Esta era la razón para comprar el teléfono, no que fuera mi interlocutor, cuando me llamasen desde España, el que pagase toda la llamada, al contrario, al recibir una llamada en lugar de aceptarlas colgaba y procedía a llamar yo, pero a precio egipcio.
Fuimos a fumar shisha y tomar té, a la misma terraza que la primera noche en Luxor, pero el niño nubio que nos había atendido no estaba, se ve que al ser viernes sería su día libre, el caso es que nos atendieron muy bien los camareros, pero la shisha nos la atendió un joven que también estaba el día anterior y que, sin la ayuda de su colaborador, no nos hizo especialmente agradable la fumada. Sin faltarnos de nada, no se hizo acreedor a la propina.
Una shisha más bien rápida en aquella noche en la que el teléfono nos ocupó buena parte de la conversación y de la tarea, muchísima gente por las calles, muchas familias, se notaba que era fin de semana, pero todos los comercios estaban abiertos, al menos todos aquellos que nosotros utilizábamos.
Fuimos al Pizza Hut, como siempre, pedimos nuestra chicken supreme  y la engullimos. Esta vez no pedimos ningún refresco, yo llevaba mi botella de agua y eso sirvió para que la digiriéramos, Karím considera que los refrescos son muy caros. Le digo que eso es una tontería, que da igual, pero me insiste en que él lo hace así en Cairo con sus amigos, que allí no hay la bebida que a él le gusta y que yo tengo mi agua, que me la beba. Cuando se pone así hay que dejarlo, a estas alturas creo que tiene confianza conmigo para hacer lo que le apetezca, si no quiere pedir ninguna bebida, será como él dice.
Vemos unas tiendas y encontramos una especie de mercadillo, hay ropa de todo tipo, le pregunto a Karím si él necesita algo, me dice que quizá algunos calcetines, así que compramos dos camisetas para mí y tres pares de calcetines para él. La camiseta, que se llama “fanela” me servirá para vestirla bajo mi galabeya, así iré más cómodo.
Cuando ya vagabundeábamos vemos una lavandería, le pido a Karím que pregunte precios y pronto sabemos todo, 1 libra las prendas grandes y media libra la ropa interior, además por otras 2 libras recogen la ropa en nuestro hotel y por otras 2 nos la llevan al hotel cuando esté límpia.
Mi compañero sigue pensando que hay que comprar Persil para lavar la ropa, yo le digo que no, que es mejor que nos la laven. El piensa en su ropa, yo pienso en mis vaqueros y mi galabeya. Además, le digo, ¿alguna vez has lavado a mano tu ropa? ¿cómo piensas plancharla?, porque secarse, indiscutiblemente, en la terracita de nuestro hotel se secaría en cuestión de minutos a mediodía. Se convence y quedamos en que en un cuarto de hora pasarían por nuestro hotel.
Raudos nos dirigimos al hotel, sacamos nuestra ropa sucia y en dos bolsas de tela que llevo para estas cosas introdujimos cada uno lo que quería que le lavaran, llegó un joven de la lavandería y se la entregamos, junto con las dos libras del viaje, al día siguiente, por la tarde, estaría la ropa de vuelta en nuestro hotel, limpia y planchada.
Con las prisas de la lavandería no habíamos comprado nada para la última cena de Karím, ya hacía un tiempo desde que salimos del Pizza Hut y no habíamos comprado helados ni tomado zumos, así que un poco de hambre también a mí me afligía.  Preguntamos en el hotel y nos dijeron que podíamos cenar, así que allí mismo, cenamos, unas alubias, embutido no procedente de cerdo, yogur, queso, nos ponen para los dos, pero las alubias a Karím no le gustan mucho, así que me las como yo. Karím pone la tele con los famosos video-clips de música y yo me fumo un cigarrito en la terraza y me dispongo a dormir, mañana si no hay contratiempos sí que iremos a los templos de Luxor y Karnak, pero mañana será otro día.

Luxor, nativos y foráneos

E-19 Escribiendo a los amigos de viajaraegipto.com

Hoy es viernes, supongo que Karím irá a la mezquita, como siempre me he levantado tarde, es que nos acostamos hace cuatro o cinco horas y con este ritmo es imposible madrugar así que no podremos cruzar a la otra orilla para ir al Valle de los Reyes.  Como siempre, ya es tarde para el desayuno así que habrá que tomar algo en la calle.
Ramadán es un mes muy especial, allí dicen Ramadan Karím como aquí decimos Feliz Navidad, lo de Karím viene a significar generoso, próspero, lleno de buena ventura. Curiosamente es mi primer Ramadán en un país musulmán y yo lo estoy pasando con Karím. Cosas que tiene la vida.
Pero es cierto que para el visitante es un mes complicado, cierran antes los monumentos, la gente sale hacia sus casas, para romper el ayuno, cargados de compras, casi todo comida y todos tenemos que adaptarnos al ritmo y horario de esa mayoría. Siempre hay alguna escapatoria, algún establecimiento que permanece abierto, bien por ser cristianos los dueños, bien por ser musulmanes que comen allí mismo.  Paseando y viendo escaparates he visto más de una vez que la puerta estaba a medio cerrar y que, dentro, se encontraban los dependientes, encargados o dueños, comiendo alrededor de una improvisada mesa. Con qué ganas de entrar a comer me he quedado más de una vez, unas veces porque me dio vergüenza aceptar la invitación que por señas me hacían, cuando yo ya había comido, otras veces porque no me atreví a invitarme yo mismo, cuando tenía hambre pero no tenía posibilidad de tomar nada al estar cerradas todas las casas de comida.

Una calle centrica de Luxor, asfaltada

Todavía es temprano en Luxor, es mi segundo día y el cambio de planes, por el horario, necesita algún remedio. Karím me pregunta la hora, le digo que es temprano, prefiero que duerma, pero que yo me voy a acercar a ver si encuentro un ciber café.
Con ruta parecida a la de la mañana anterior, me adentro en el centro de Luxor, primero tengo que tomarme un té con alguna cosa sólida, para poder funcionar, el del día anterior me pareció adecuado, además hay comercios abiertos por los alrededores, en el centro de la ciudad lo de Internet resulta relativamente sencillo, pero no puedo entrar en el primer sitio, hay que preguntar precios, decir que es muy caro y ver qué tal están los ordenadores, antes de sucumbir a la inmensidad cibernética.

Por fin encuentro un lugar adecuado, además de poder fumar, asunto importante cuando me pongo ante el ordenador, tengo una pantalla gigantesca. Me habría gustado una pantalla normal, pero me han dado la más grande de todo el local, de hecho han quitado a unos niños que estaban jugando para que pudiera utilizar yo esa pantalla. No pasa nada, los niños deben ser familia, sin ningún problema se han colocado en otro teclado. Ahora, con la pantalla gigante, todo el mundo en el local está pendiente de las páginas web que visito. No voy a ver ninguna página inadecuada, pero un poquito de privacidad, en fin. Abro mi correo y tengo el mensaje de mi amigo Bisho desde Cairo, preguntándome si todo va bien. Le respondo tranquilizándolo y explicándole algo del viaje. Ahora toca cumplir con la gente del chat, así que me meto en www.viajaraegipto.com y escribo el siguiente mensaje:

Hola a todos los foreros desde Luxor, gracias a todos los que me habeis hecho algun comentario o me habeis ayudado preparando este segundo viaje. Si el primero fue increible, esta vez es ALUCINANTE. Como es Ramadan, paso el dia viendo templos y museos y todo eso, pero es que paso la noche comiendo con esta gente, con mi gran amigo Karim, que es musulman y me esta ayudando como probablemente solo los egipcios hacen, en fin que no duermo, que no tengo un momento de descanso, que no se como va a terminar esto porque cada paso que damos, cada cosa que hacemos es mas extraordinaria que la anterior. Esto es Navidad pero a todas horas (durante la noche, por ser Ramadan, claro) y el mismo Egipto que conoci y que cada vez amo mas (durante el dia). No me extiendo mas, ya contare algo cuando vuelva, si es que vuelvo, porque ganas de quedarme aqui no creais que me faltan, que si pudiera..., pero esta bien asi, venir alguna vez en la vida y guardarlo en el corazon siempre. Me estoy volviendo un sensiblero, pero quienes habeis estado aqui me comprendeis muy bien. Salam Habaibi (que ya sabeis que es como Habibi pero en plural)

Aunque en esta ocasión el teclado era nuevo, la pantalla gigante y el local estaba límpio, no como ocurría con el de Cairo, no consigo aprender a poner tildes a las palabras, ni encuentro la letra Ñ, así que todos los correos que mando a mis familiares y amigos llevan la indicación oportuna para que no confundan los términos. Manana es mañana y así todo.

Terminada esta tarea, como no daba tiempo a mucho más, decidí volver al hotel, por la hora lo mejor sería intentar descansar un poco y quizá aprovechar la piscina. Así lo hice, uniéndose Karím al que le encanta el agua, como ya quedó claro tras su primera ducha.

E-18 Doctor, déjeme vivir!


Alguien estaba pasando mucha hambre

Salimos del hotel, por fin, y nos dirigimos al restaurante del día anterior, allí yo comenzaría mi comida y él se uniría al final con su desayuno. Mientras llegamos era ya casi la hora de romper el ayuno, así que nos limitamos a pedir la comida y esperar LA VOZ.
Ese día yo vestía la galabeya, Karím la ropa más occidental que se ha visto en Alto Egipto, o por lo menos el peinado más peculiar, no habíamos pedido la carta en ingles y además ambos esperábamos el momento de romper el ayuno. Los camareros ya no sabían quién era el europeo y quien el egipcio, salvo porque uno de los dos hablaba árabe.
Cuando voy a tomar mi té, Karím me pregunta si llevo edulcorante, le digo que sí, y me dice que ha pedido el té sin azúcar, porque es mejor para mi salud. Me extrañó mucho pero tampoco le di mucha importancia. Sí, le dije, mejor con sacarina.

Estuvimos comiendo o desayunando, o lo que fuera aquello, nuestros bocadillos de atún, medio pollo a la brasa, el arroz de rigor, riquísimo (no me cansaré de repetirlo) y algunas cosas más que no puedo recordar o nombrar, porque no sé lo que son.
Ya ha oscurecido y corresponde dar una vuelta por el centro. Recorrimos tiendas probándome galabeyas, porque solo llevaba una y encontramos con mucho esfuerzo una que me estaba razonablemente bien, así que la compramos en 7 euros. Habíamos rechazado una porque nos pedían casi 12 euros, ahora me arrepiento porque era muy buena y de un color precioso, pero fue en la primera tienda en que preguntamos y no sabíamos cómo estaban los precios en Luxor, así que hubo que hacerse el duro. Espero recordar donde estaba la tienda para mi próximo viaje.

Era normal en Cairo tomar un helado entre alguna de nuestras cenas y en Luxor estábamos pasando las horas sin ningún “mico micono”. La temperatura era superior a la de Cairo y apetecía más que nunca tomar un helado, así que le pregunté a Karím si es que no le apetecía. Me dice que si a mí me apetecía estaba bien. Le pregunté por qué no los compró si le apetecían a él. Me dijo que él ya era mayor, que no era un niño y que eso son caprichos de ni
ños pequeños, no podíamos gastar dinero en caprichos porque el viaje costaba mucho dinero. Supongo que también esa vez, pero en algunas otras, tuve que volver a explicarle que el dinero podía ser un problema ante un gasto desmesurado, pero estábamos de vacaciones y yo había ahorrado mucho tiempo para no tener ningún apuro económico, podíamos permitirnos casi cualquier capricho importante, cómo no una minucia como un helado. Además de que todos los gastos normales del viaje estaban cubiertos con lo que yo había presupuestado, le expliqué que tenía dinero de sobra para cualquier imprevisto: un hospital, un vuelo de regreso precipitado hacia España, un robo, en fin, que cesara ya en esa actitud con el dinero, porque no íbamos a tirarlo, pero no estaba de vacaciones en Egipto para ahorrar, eso ya lo había hecho en España durante bastante tiempo para no tener que hacerlo ahora.

Si me entendió o si simplemente pudo más su deseo de comer helado, no lo sé, aunque me lo imagino, el caso es que fuimos a una tienda a comprar los helados porque los que podíamos comprar en la calle no eran los que a él le gustaban.
La compra de los helados es toda una odisea, es fácil que estemos a 35 grados, tampoco mucho más porque son ya las 12 de la noche. En mi ciudad, comprar un helado supone comerlo inmediatamente pero en Luxor primero hay que escogerlo, una tarea sencilla: metes la mano en el congelador, vas separando todos los que están pringosos, rotos, amorfos por haberse derretido con anterioridad y recongelados posteriormente, con forma de marsupial, sucios, y los que quedan, esos son los que te llevas. Una vez escogidos tienes que esperar para poder pagar en caja, salir a la calle y, cuando por fin te los vas a comer te hace falta una cuchara, que no cucharilla, porque en la mano llevas casi una sopa.

En estas y otras cosas se nos fue pasando la noche, hasta que, con el paseo, se nos fue haciendo de nuevo hueco en el estómago y, en un lugar tan remoto y con mi adoración por los dulces (expresión murciana que equivale a pasteles), no pude evitar que los ojos y aún el cuerpo se me fueran hacia uno de esos puestos que hay por las calles rebosantes de repostería. Ante mis ojos cientos o miles de pastelitos se alineaban por formas y colores en una gama de amplio espectro, con más de treinta variedades distintas pero todas igual de apetecibles. Allí estaba yo en el escaparate, mirando los pasteles y a las pasteleras. Si un velo en la cabeza y el recato en el vestir me impidieron degustar, incluso visualmente, a las segundas, mi acompañante fue quien me impidió degustar los primeros.

Karím, -le digo- vamos a comprar unos pasteles, que tengo muchas ganas de probarlos. La la (no, no), tú no puedes comer pasteles, Lé? (¿por qué?) Porque no es bueno para ti -me dice con una seriedad y apostura que no sé de dónde ha sacado con sus 19 años-
¿Pero qué dice este tío? ¿por qué no puedo tomar pasteles? ¿qué es eso de que no son buenos para mi salud? Había una feria con atracciones, mesas dispuestas como en un merendero, luces, fanús de ramadán (los farolillos que ya explique que se colocan en casas y comercios) y allí fuimos a tomar nuestro café y té de medianoche. Le pregunte por qué motivo no podíamos tomar pasteles y como si fuera a darme una lección magistral, con académica solemnidad me mira y dice: Tú eres mi amigo y yo sé que los pasteles y el azúcar no son buenos para ti. Me lo ha dicho Yasser, él es médico y sabe todo eso. Si quieres lo podemos llamar y le preguntas cualquier cosa que quieras saber, él sabe lo que es bueno para ti.
Como me fue reconociendo a lo largo de la conversación, había hablado con su amigo, o nuestro amigo, Yasser y le había preguntado de todo, entiendo que alarmado por mi CPAP, la famosa maquinita para evitar las apneas del sueño. En definitiva, estaba asustado al ver que yo dormía conectado a esa máquina y esa mañana, mientras yo estaba paseando por Luxor, había llamado a Yasser para contárselo todo. Supongo que sentiría curiosidad por saber si lo que yo le había contado era cierto y asustado por que me pudiera suceder algo en el viaje, con las complicaciones que eso le supondría, recibió por teléfono las indicaciones del doctor y, entre los dos, decidieron ponerme a régimen. Pero yo estaba de vacaciones, no estaba dispuesto a que entre el doctor y el enfermero jefe me arruinasen el viaje. Cuando le pregunté por qué comimos helado pero no pasteles, siendo así que ambos tienen parecidos efectos, me contestó con simplicidad: Yasser no me dijo nada de los helados. 

E-17 Karím y el cuarto de baño

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Bonita habitacion en el New Pola, con balcon aire y cama cómoda.


Descansé un rato, poco, pues tenía hambre aunque me daba un poco de reparo ir a comer con Karím de espectador, así que tomé un trozo de pizza de la noche anterior que nos habíamos traído porque nos sobró. No es esta una costumbre muy española, la de llevarse de un restaurante lo que no te comes allí, tampoco me pareció que fuera costumbre Egipcia, pero Karím pidió el “take away” tan convencido que yo no dije nada. En otros países no sólo es normal, llegan a entregarte las bolsas los propios camareros cuando les pides la cuenta. Ahora, con el hambre que tenía me pareció una buena idea, es normal que si lo has pagado te lo lleves. Con eso y un poco de agua pasé lo peor. Podía haber pedido comida en cualquier sitio, en el propio restaurante del hotel, pero preferí preparar mi ropa y, sobre todo, la galabeya, porque no estaba dispuesto a pasar el calor de esa mañana también por la tarde.
Para vestir mi galabeya tenía un pantalón que me resultaba muy cómodo, era un pantalón corto, habría sido mejor largo, pero me hizo la función perfectamente, también tenía una camiseta bastante holgada, pero esto no era lo adecuado, necesitaba una camiseta interior, de las de toda la vida, que es lo que suelen llevar ellos. Es muy importante que la ropa que llevas debajo de la galabeya vaya ajustada, así es como consigues que se forme ese colchón de aire entre las dos prendas que te aísla tanto del frío como del calor.
Esperar a que Karím se arreglara para salir sí que era una tarea ímproba, me alegré de tener la mujer que tengo, pese a lo mucho que me quejo cuando vamos a cualquier sitio. Karím tarda dos o tres veces más que cualquier mujer que yo haya conocido (lamento que este comentario pueda ser sexista, yo lo vivo más como una realidad cotidiana). A partir de ese momento supe que los hombres tardan normalmente poco en arreglarse, las mujeres suelen tardar mucho y… luego está Karím.
Por lo que tardó en ducharse, supongo que medio Nilo pasó por la bañera de nuestra habitación, por lo que tardó en vestirse, creo que se probó toda la ropa que llevaba; por lo que tardó en peinarse, utilizó peine, cepillo y sus propias manos y cambió tres veces de modelo; pero nada es comparable a cómo dejó el cuarto de baño.

Cuando el salió yo entré, impaciente como estaba por el hambre y la tardanza. Tuve que agarrarme: había agua por todo el aseo, las toallas tiradas en el suelo, la ropa con la que entró al baño esparcida en aquellos seis metros cuadrados. Los restos de un naufragio, siquiera sea porque llegan a la costa por oleadas, se muestran en un orden lógico y coherente en comparación con lo que Karím había dejado allí dentro.
No pude contenerme y le dije que cómo era posible aquel desastre. El me contestó que todo estaba bien, “el agua y las toallas son lo normal cuando te duchas”, me dijo, “y ahora recogeré mi ropa, por ir rápido la he dejado así para desocupar el aseo pronto, pero no pasa nada, es ropa sucia”. No sé si este tío es muy listo, que sí que lo es, o si es un absoluto desastre, que también lo es. No sé si me molestaba aquel maremagnum o si me recordaba a mí mismo en casa, a su edad: eso me incomodaba más. En los viajes soy muy ordenado con la ropa y equipajes, siempre listo para salir corriendo, en casa hoy día, también. Conseguí que recogiera la ropa al decirle que cuando saliéramos vendrían a hacer la habitación, entonces supe que ya habían venido pero como él estaba durmiendo había dicho que la hicieran por la tarde. Pero quedaba una sorpresa más, de parte de mi querido compañero de viaje, la explicación a todas las cosas que yo había notado extrañas en su comportamiento.


La ribera oeste del Nilo y al fondo la montaña tebana

E-16 Problemas con el dinero



Regresé al hotel en torno a las dos de la tarde, con un sol de justicia que me hizo recordar que para algo había comprado mi galabeia y que tenía un turbante, pero al ir por una zona turística me resistí esa mañana a vestir a la usanza egipcia. Este fue un error que no debí cometer, pero tampoco resultó demasiado grave.

Gran Columnata de Amenhotep III. Templo de Luxor

Algo sucede con Karím, ya llevo con él varios días en una convivencia muy estrecha y su mirada resulta extraña, su actitud no me parece normal. Imagino que ha hablado con su familia y que tendrá algún problema, así que directamente le pregunto.

Me dice que en su casa están bien, que no hay ningún problema. Bien, le digo, pero me parece que algo te preocupa. Lo niega pero yo sé que algo sucede. En fin, lo que sea ya saldrá.

Le explico, porque me lo pregunta, lo que he estado haciendo y de algún modo mientras le cuento mi paseo, pienso que hay algunos asuntos que tenemos sin resolver.

Quiero, le digo, que lleves contigo siempre encima estas 200 libras, son para que siempre puedas tomar un taxi o volver a Cairo, o lo que nos pueda hacer falta.
Billetes egipcios de 5 piastras a 100 libras

Antes de que se las dé las quiere rechazar, pero le explico que es absurdo que yo lleve todo el dinero encima, que a mí me puede suceder cualquier cosa y entonces él tendría que registrarme para poder tomar un vehículo o acudir a cualquier lugar a pedir ayuda. Que puedo perder mi cartera o nos pueden robar en cualquier mercado y vernos ambos en una difícil situación por no llevar dinero encima. Llevando dinero los dos es más difícil que tengamos problemas.

Me dice que cada día podemos repartir algo de dinero entre los dos, para no tener problemas, pero que no quiere ese dinero. Ese dinero, le digo, lo tienes que llevar contigo, si un día nos enfadamos o si te cansas de este viaje, quiero que puedas volver a Cairo sin pedirme nada ni dar explicaciones.

Karím está extrañado, pero le explico que viajar es algo muy complicado y que no todo el mundo tiene la tolerancia necesaria para convivir en un viaje, que no quiero que tenga el más mínimo problema en sentirse siempre libre y que ese dinero es independiente de lo que tenemos presupuestado para gastar cada día. Desde ayer, mi viaje es tu viaje, le digo, así que el dinero que está presupuestado para el viaje también es tu dinero. Me dio las gracias por mis palabras y ahí quedó la cosa. Pero yo sabía que algo le pasaba y aunque me sentía muy bien con él y si se hubiera marchado lo habría sentido mucho, siempre que voy de viaje pienso que es posible que me quede solo y por eso no me gusta compartir maletas cuando viajo acompañado. Mis cosas, mis tickets, mis documentos los llevo yo.

Donde fueres haz lo que vieres

Aprendí hace muchos años que si a una persona le das libertad, confianza y capacidad de decisión, suele devolverte responsabilidad y competencia. Existe el riesgo de que te defraude, pero ahí se aplica el criterio de no poner todos los huevos en la misma cesta. Siempre arriesgas una parte de lo que tienes, nunca arriesgas TODO lo que tienes, por otra parte yo estaba a esas alturas tan seguro de Karím que las prevenciones que tomé nunca lo fueron respecto de él, sino más bien por cualquier eventualidad que pudiera ocurrirnos en el viaje. 


Ante el templo de Luxor con galabeia y turbante


E-15 Otra noche sin dormir

Es la primera noche que pasamos en la misma habitación, a Karím yo le había dado una sorpresa, él a mi me daría dos. La que yo le di fue mi CPAP, cuando me vio con la mascarilla conectada al aparato por un tubo, supongo que pensó que dormía con algún personaje de la guerra de las galaxias. Las que me dio él a mí no eran tan inocuas: para empezar, al poco de acostarse y, una vez consideró que yo estaba durmiendo, y es cierto que lo estaba, puso la televisión; como todo lo que a él le gusta son los programas de música todas mis duermevelas eran así amenizadas. Sobre las 8 de la mañana me desperté, él dormía pero la televisión no, la desconecté e intenté seguir durmiendo, pero a las 10 de la mañana el sol ya caldeaba la habitación y decidí levantarme, desde que llegué a Egipto ningún día había dormido más de cuatro horas y media o cinco, así que tampoco era tanto sacrificio. Me levanté con hambre, pero ya era tarde para desayunar, así que con tranquilidad me aseé mientras Karím dormía. Cuando ya estaba listo para salir a la calle, él seguía durmiendo y decidí no despertarlo. Me relaciono con mucha gente joven por mis actividades y sé que necesitan dormir muchas horas, sobre todo porque no suelen hacerlo cuando deben, pero la juventud tiene esas licencias y yo, sabiendo el esfuerzo que el día anterior había supuesto para él, no iba a restringirlas.
Salí a la calle en busca de un té, pude tomarlo en el propio hotel, pero la hora del desayuno ya había pasado y me servirían un té de bolsita, pero no un té de bolsa grande, como en Londres, sino uno de los típicos de aquí, así que decidí ir hacia la población y tomar té egipcio en algún bar que encontrase abierto. Cuando hablo de té egipcio me refiero a la forma que tienen de prepararlo, no a la procedencia que sigue siendo de Extremo Oriente, o de Kenya.

Te El Arosa, mi favorito en Egipto


La tarea era más difícil de lo que yo pensaba y me costó recorrer varias calles, pero por fin encontré un lugar en el que, aunque no habría media docena de personas, algunos sólo hablando, podría tomar algo. Estaba en un bar regentado por cristianos, claramente no era un bar de turistas, así que pedí un té y me ofrecieron algo de comer, poca cosa, pero suficiente para pasar un par de horas, tiempo que yo pensaba estar fuera. Todavía no sabía yo distinguir, a simple vista, a musulmanes y cristianos, pero que los dueños del bar eran monofisistas era fácil de inferir, al ver los cuadros de San Antón en las paredes que, junto a San Jorge, deben ser dos de las más importantes devociones para la Iglesia Ortodoxa Egipcia: los coptos.


San Pablo eremita y San Anton en un icono copto
Por alguna razón recóndita en mi pensamiento, siempre creí que la relación con los coptos sería más cercana que con los musulmanes, que el hecho de compartir la misma creencia, puesto que las diferencias son hoy día más históricas y rituales que de fondo, me permitiría intimar con ellos con facilidad, sin los recelos que las caricaturas danesas de Mahoma (como nosotros llamamos al Profeta Mohamed) habían hecho nacer entre musulmanes y europeos. Nada más lejos de la realidad, creo que esa inclinación que se siente a favor de las minorías me había predispuesto demasiado favorablemente hacia los coptos y, sin que pueda quejarme de ellos, ninguna diferencia en su favor pude apreciar, frente a los musulmanes, en su relación conmigo.
El té estaba riquísimo, reconozco que para que a mí no me guste ya tiene que ser de pésima calidad, me conforta, me anima y aunque es un excitante tiene, frente al café, las ventajas de ser diurético y digestivo. Además puedes tomarlo solo o añadirle leche, si es un té negro no aromatizado, o tomarlo solo o con limón o menta en este segundo caso. Siempre está sabroso, a veces amargo y, bien calentito, quita la sed y el calor. Todos conocemos la famosa frase egipcia, que se aplica a la ropa pero también al té: Lo que quita el frío, quita el calor.
La charla con los cristianos era ya, tan típica, que ganas me dieron de hacerme una tarjeta y ahorrarme así los interrogatorios: cómo te llamas, de dónde eres, en qué trabajas, estás casado, tienes hijos. No me quejaré de personas que te tratan con amabilidad, pero he debido contestar estas preguntas en muchas docenas de ocasiones.

San Jorge de Capadocia, quien se opuso al apóstata Diocleciano

Poco más puedo contar de ese bar porque el tiempo que me quedaba lo dediqué a leer el mensaje que me había mandado Karím preguntándome dónde estaba y qué tardaría en volver. Le contesté con otro mensaje, no quería gastar el poco saldo que me quedaba en la tarjeta de mi móvil, diciéndole la hora en la que pensaba volver, que me esperase en el hotel. Yo sabía que, con el calor que hacía, a Karím no le venía bien venir a ver el templo de Luxor, de hecho quería ver los horarios para ir juntos al día siguiente o ver el espectáculo de luz y sonido esa noche.
Me acerqué a la corniche, para ver el templo desde fuera, y pese a la hora tuve ánimos de darle toda la vuelta por fuera. Por el lado que da al Nilo era muy fácil, de hecho estás viendo el templo desde fuera y poco queda que ver dentro, digo ver, que no sentir, para sentir hay que estar dentro. Por el lado contrario, en cambio, las obras no me permitían acercarme lo suficiente, pero ya era mi camino de regreso y completé la vuelta.


Una foto desde el exterior del templo de Luxor
 

E-14 El hotel Winter Palace? Es que el nuestro está detrás.



La estación de tren de Luxor está en obras, eso no significa demasiado, porque la actividad se mantiene por encima de los cascotes y escombros, y entre arena, cemento y piedras tengo que arrastrar mi maleta para salir de aquella maraña de ventanillas provisionales, maleteros desubicados, viajeros somnolientos y transeúntes alborotados. Por fin la calle, aunque su contemplación resulta aún más desmotivadora que la del recinto ferroviario; las aceras, la calzada, acaso algún edificio, están sufriendo unas obras de mayor envergadura que las que acabo de atravesar pero, como queriendo darnos la bienvenida, alguien ha regado las calles y, la arena del desierto, el polvo de la calle, la tierra levantada, al contacto con el agua han formado un lodazal en el que vamos sucumbiendo conforme nos dirigimos al centro de la población. El barro, de consistencia casi líquida, nos salpica al ser alzado por las ruedas de la maleta y se adhiere a su fondo, y a nuestros pantalones, a mi galabeya, que recojo con la mano que tengo libre, mientras, hundidos los pies en el lodo, estiro con fuerza de mi equipaje, para que no lo engulla aquel mortero sin fraguar, que nos rodea y acompaña.

Conforme nos adentramos en la calle, buscando en su centro el único resquicio de consistencia y sequedad, nos rodean vehículos de toda clase que, con sus cabriolas, nos acercan, incluso al rostro, la inmortal y eterna tierra de Egipto, esa misma arenisca que un día estuvo unida a lo que luego fueron grandes colosos o pilonos con los que los escultores cantaron la gloria de los faraones.

Nos ofrecen hoteles, taxis, transportes variados, botellas de agua, comidas más o menos elaboradas, frutas, pan, todo salpicado de aquel barrillo que ya nos tenía atorado el cuerpo y amenazaba con cubrir nuestro espíritu. Una lección práctica sobre la conservación de los monumentos de tiempos faraónicos enterrados bajo las arenas del desierto.
Era el momento de inquirir de los nativos el nombre de un hotel en el que alojarnos y pronto dimos con uno de estos establecimientos, bien situado, cercano a la estación y, creíamos, también al centro del pueblo; pero las habitaciones de un tercer piso sin ascensor, un aseo reducido, con una minúscula ducha y un olor desagradable pesaron más en mi decisión que el magnífico precio que nos ofrecían. Ciertamente el hotel estaba bien, al olor podía acostumbrarme, pero la decisión estaba tomada. Saqué mi libreta de viaje y busqué el hotel que me recomendó Bisho cuando estuve con él en Cairo: hotel New Pola. Le dije a Karím que había terminado nuestra búsqueda, que tomáramos un taxi porque, al menos esa noche, dormiríamos en el hotel cuyo nombre le enseñaba para que pudiera preguntar por él.

Pocos minutos después descendíamos de un taxi y entrábamos en la que sería nuestra casa durante cuatro noches, la habitación doble a 30 euros con desayuno cristiano o cena musulmana, todo limpio, todo agradable, todo amabilidad, buen aire acondicionado y una buena piscina en la terraza. En principio queríamos pasar esa noche, ya veríamos lo que hacíamos en adelante, porque mi idea era tomar un barco hacia Aswan y según las posibilidades, así haríamos.
El hotel New Pola

Dejamos el equipaje y nos duchamos rápidamente, turnándonos de modo que, mientras uno ocupaba el aseo el otro deshacía su maleta y salimos a la calle, a comernos Luxor o, por lo menos, un bocadillo. Llegamos a lo que podría ser el centro de la población y allí encontramos un restaurante recoleto en cuya terraza tomamos asiento. Un gran altavoz amplificaba una lección del Corán, supongo que algún imán recitaba para el pueblo musulmán alguna asura. Pedimos la carta y nos trajeron dos, una en árabe y otra en inglés.

Conocer en otro idioma el nombre de los alimentos parece sencillo cuando hablamos de algunas verduras y frutas, pero si ni siquiera en España, de una provincia a otra, reciben el mismo nombre pescados y verduras, la traducción del egipcio al inglés y del inglés al castellano era un ejercicio surrealista. El cordero que bala no es lo mismo que el cabrito, este tiene cuernos, pero un carnero también los tiene. Hubo que recurrir a la lana, para distinguirlos, porque el cabrito no sirve para hacer un jersey (otro día llegué a entender que un helado era de tamarindo, una fruta que no he visto en mi vida y, a partir de ese momento supe que ya nada podía resistirse a la comunicación que Karím y yo habíamos desarrollado). Cuando supimos lo que nos apetecía cenar llegó el momento de pedirlo pero, como yo estaba ya acostumbrado a los números árabes quise mirar la carta egipcia, suponiendo que comenzaría al revés, por leerse de derecha a izquierda. Miré los precios para que me sirvieran de guía y no coincidían así que le pregunte a Karím dónde estaba en la carta lo que habíamos pedido. Los precios eran distintos, la carta en inglés tenía precios más elevados que en egipcio, así lo comprobó Karím que, por supuesto, hizo el pedido de nuestra cena con su carta, en la que yo le señalaba lo que me apetecía, mientras el camarero ya no sabía qué pensar de mí, ni para qué habíamos pedido una carta en inglés que estaba cerrada y abandonada en la mesa. Ya no volvimos a pedir la carta para extranjeros, a partir de ese momento siempre hicimos la comanda con la carta egipcia.

No puedo recordar lo que cené pero sería algo de nuestra alimentación habitual, que se componía de alguna de estas especialidades: kofta, kebab, falafel, pollo asado, bocadillos de atún, que era la única forma de pescado junto a los calamares que nos gustaba a los dos, algunos encurtidos o ensalada. No podía faltar algo de arroz, riquísimo para mi gusto y, aunque no lo pidas, esas grandes cantidades de pan que siempre te ponen. Viniera o no a cuento solíamos tomar salsa tajina que para mí era el único sabor verdaderamente exclusivo de cuantas cosas tuve ocasión de probar. Todo lo demás, mejor o peor, con más o menos calidad, se puede comer aquí, pero el sabor de aquella salsa no lo he encontrado en ningún otro sitio. De beber para mí té o agua, para Karím casi siempre pepsi. No hace falta recordar que hay en el mundo árabe ciertas preferencias hacia esta marca en lugar de la otra, aunque las dos se encuentran en casi todos sitios.

Tras la cena yo tenía muchas ganas de ir al Nilo, sabía que el templo de Luxor estaba junto a la corniche, esto es, la orilla del río y hacia allí nos encaminamos, encontrándolo iluminado, reluciente, perfecto, con la columnata destacada y su pilono imponente, del que los franceses amputaron un obelisco que exhiben en la Place de la Concorde, gemelo del que yo estaba viendo en ese momento. Karím no creía la historia del obelisco gemelo en París, o del busto de Nefertiti en Berlín, o el templo de Debod en Madrid, pero tuvo que creerme finalmente ante la contundencia de mis palabras.
Vista exterior nocturna de un patio del templo de Luxor
Paseamos por la orilla del Nilo y pudimos ver los barcos atracados desde los que salían y entraban turistas que se acercaban al templo. La cantidad de personas que transitaba por la corniche me devolvía a la vorágine de Cairo, pero a nuestra vuelta, supuse que por ser ya tarde, no quedaban occidentales junto al Nilo. Bien dicho, era tarde para los cristianos occidentales que no para los musulmanes y yo, a estas alturas, en términos culturales no sabía ya entre quienes ubicarme, o quizá sí lo sabía: si Re iluminaba Egipto yo vivía en la claridad cristiana, pero mientras el disco solar atravesaba el cuerpo de Nut y la oscuridad se cernía sobre la arena y las aguas del Nilo, me comportaba como un musulmán, así pese al cansancio del viaje nos dirigimos hacia el centro del pueblo; Karím quería saber si había un Pizza Hut, su indispensable cita nocturna, pero todavía era temprano para la cena final, no más allá de las 2 de la madrugada, así que fuimos a tomar un té y fumar shisha.

Encontramos una amplia terraza, dividida en dos por un pasillo central, a la derecha sólo hombres, a la izquierda familias completas. Aunque no he hecho especial alusión, quienes conozcan Egipto saben que en Luxor, como en todo el Alto Egipto, son pocos los hombres que no visten la galabeya, por lo que yo me sentía a mis anchas y de estreno aquél día con mi nueva vestimenta. La terraza está llena de gente, es ramadán y todo el mundo aprovecha estas fechas para estar con la familia, es tiempo de regreso al hogar para muchas personas que durante el resto del año están separadas y, como todas las fiestas, es tiempo para gastar dinero, comer, beber y comprar regalos, sobre todo ropa. Nos costó bastante conseguir que se desocupara una mesa, pero los camareros hicieron sus gestiones y por fin pudimos sentarnos para ordenar nuestra bebida y pedir las shishas.
Vista exterior trasera del primer pilono. Templo de Luxor
El cielo pleno de estrellas que pugnaban por dejarse ver entre las luces de ramadán, el silencio intentando hacerse escuchar frente a las canciones que continuamente inundaban nuestros oídos desde la televisión y nosotros haciéndonos sitio entre los demás clientes para poder disfrutar de nuestro tabaco favorito: esta vez shisha de mango para Karím y de melón para mí, aunque terminaríamos intercambiándolas.

Tengo la sensación de que mi compañero trata a los camareros con cierto despotismo, sin embargo estos se muestran cada vez más serviciales, casi serviles. No entiendo muy bien lo que pasa pero es cierto que tardan mucho en servirnos, que estamos en un sitio muy pequeño pese a que alrededor de otras mesas hay mucho espacio y que cada vez que intentamos hablar con un camarero nos aparece otro, nuevo, con el que no habíamos hablado; a pesar de todo tengo que preguntarle a Karím por su forma de dirigirse a los camareros, en el fondo hay algo que me resulta incómodo.

Un niño nubio, de entre 10 y 12 años, con camisa blanca y pantalón negro heredado de alguien con mayor corpulencia, nos traía las brasas para la shisha; continuamente nos pregunta, está pendiente de todas las shishas que hay en la parte derecha de la terraza, la ocupada por los hombres, es un continuo ir y venir, trae y retira las pipas, cambia los quemadores, repone tabaco y, sobre todo, va cambiando los tizones de brasa para que el fumador siempre encuentre el tabaco a su gusto, sin quemarlo pero sin que suponga esfuerzo fumarlo.

Me gusta fumar shisha, voy más allá de lo exótico, de lo turístico, de lo novedoso, de hecho la fumo en casa con cierta regularidad, pero ya habrá ocasión de referirse al tabaco, en cualquier caso, para los fumadores es un placer, nada que ver con el consumo compulsivo de los cigarrillos, esta forma litúrgica de fumar una pipa de agua es lo que la hace tan atractiva, pero el humo dulce y fresco, casi carente de nicotina, generoso y envolvente, que nos proporciona la shisha es un placer superior, así cuando consideramos que poco más podíamos sacar de nuestras shishas y que era hora de cenar, pagamos la cuenta pero, antes de marcharnos, le indiqué a Karím que había que darle una propina al niño que nos había atendido la shisha.

Es muy fácil saber si esta es una propina merecida: si has fumado bien, si no has tenido pausas, si tu shisha ha estado siempre atendida, entonces la propina es merecida. Si, por el contrario, se ha apagado la brasa, has tenido que dejar la shisha por no poder fumarla, te traen la brasa irregularmente y está todavía negruzca, o demasiado pequeña, si tienes que esperar mucho para que te atiendan, la propina no es merecida, es más, debes quejarte. Karím estuvo conforme en que la propina era merecida para el chaval así que me sugirió que le diéramos 1 libra, que es una propina adecuada para un niño. Yo le pregunté qué propina sería correcta para un adulto y me dijo que 2 libras. Pues bien, esa es la propina que le daremos: 2 libras. No tuve que explicar mi decisión, Karím ya sabía, por los globos, los bolígrafos y demás regalos que yo llevaba, de mi especial consideración hacia los niños.

De ahí partimos en busca del Pizza Hut, yo temblando y Karím ilusionado, pero era lo pactado, la primera cena la elegía yo y la última la elegía él. El Pizza Hut de Luxor está perfectamente acondicionado, aunque pedimos dos pizzas, en adelante solo pediríamos una, la chicken supreme rolling pizza, favorita de Karím y que también era la más agradable para mí. Aquí no dejamos propina ni nada, no había motivo.


El hotel Winter Palace, en el que nunca me he alojado... todavía.

Para regresar al hotel sólo tuvimos que preguntar por el Winter Palace, uno de los hoteles más caros de Luxor, de los que más historia y tradición conservan, pero solo era una indicación lo que preguntábamos ya que nuestro hotel, mucho más modesto, se encontraba detrás, siguiendo la calle que había a su espalda.

Al entrar, para pasar por el arco detector de metales, esa pieza de adorno que tienen los hoteles en su puerta, yo tenía que decir “Salam alekum”, mi acompañante egipcio me aleccionaba para que lo hiciera, nos contestaban “W alekum al Salam”, pedimos la llave y como ya amanecía nos dispusimos a dormir.

Era la primera vez que dormiríamos en la misma habitación, y tuve que explicarle a Karím que había un pequeño problema: para dormir utilizo una CPAP un aparatoso instrumento, con mascarilla, parecida a las de oxígeno, que me envía aire normal, que toma de la misma habitación, pero a cierta presión, de modo que no sufra apneas del sueño. Le expliqué que no pasaba nada, que no tenía insuficiencia respiratoria ni precisaba oxígeno y que, por suerte para él, mientras durmiera con ese aparato no roncaría ni haría ningún ruido, salvo un pequeño silbido que se produce por la salida del aire a presión. Pareció entenderlo todo y quedar tranquilo con la explicación. Me metí en la cama y me coloqué el aparato, estuve hablando con él hasta que se acostó, demostrándole que el aparato no tenía ningún problema. Me preguntó qué ocurriría si se el hotel se quedara sin electricidad, le contesté que nada, que me quitaría la mascarilla y seguiría durmiendo, pero que entonces sí que roncaría bastante y no descansaría bien, por lo que al día siguiente estaría muy cansado, también ocurriría que las bebidas que habíamos colocado en el frigorífico de la habitación estarían calientes y que no funcionaría el aire acondicionado, con lo que yo me pedía la bañera para tal caso. Karím se da cuenta de que le estoy contestando con sorna y, a él, como a casi todos, le gusta más gastar bromas que sufrirlas, así que se rió al ver que le había ganado la batalla dialéctica y se puso a dormir, supongo que planeando alguna divertida venganza.

E-13 Viajeros al tren… destino Luxor

No me da miedo viajar, nunca estoy nervioso en el avión, el barco, el tren, el autobús, pero hasta que llego al medio de transporte de mis viajes, lo paso muy mal. Nunca he perdido un vuelo o un tren, aunque de estos sí que he tomado alguno en marcha. Me gusta estar un rato antes, por eso le pedí a Karím que viniera sobre las 7 de la mañana, así tendríamos unos 20 minutos para llegar a la estación y otros tantos para encontrar nuestro andén, nuestro tren, nuestro vagón y nuestro asiento.

Me levanté temprano y como ya tenía todo recogido, coloqué las últimas cosas que había utilizado y cerré la maleta. Me dirigí a desayunar y, el muchacho que solía atenderme no estaba. Comencé a inquietarme porque quería desayunar, la noche anterior solo había cenado una vez y tomado un zumo, en lugar de las dos o tres cenas habituales. Además supuse que en el tren no sería fácil conseguir comida y al ser Ramadán tenía el riesgo de pasar muchas horas sin comer, quizá hasta las seis y media de la tarde, nuestra hora aproximada de llegada a Luxor.

Por más ruido que hice nadie apareció y mi desayuno estaba peligrando porque se acercaba la hora en la que tenía previsto encontrarme con Karím, así que decidí ir a la habitación y sacar mi maleta, y así me dirigí a la terraza. En ese momento aparece el chico que me ponía el desayuno y casi a la vez recibo un mensaje de Karím, anunciándome que en 10 minutos estará en la puerta del hotel, para que vaya bajando, así que al chico le digo que no quiero lo de siempre, que basta con un té y algo de pan con queso o mermelada. No es que el desayuno habitual fuera mucho más, pero no tenía tiempo para tomármelo, así que, a toda prisa engullí lo que pude, salí corriendo de allí, entregué las llaves en recepción, me despedí a lo rápido y salí a la calle. Cuando yo salía un taxi se acercaba a la puerta, en él iba Karím, así que continuamos viaje hacia la estación de tren de Ramsés.

Cuando estamos llegando, por esas complicaciones que suponen las grandes vías de Cairo que suelen ser de un solo sentido, nos apeamos lejos de la estación, en lugar de hacerlo en la puerta; luego supe que llegar a la puerta nos habría costado más tiempo y más dinero. Tuvimos que ir por un viaducto sobre los viales y al bajar llegamos a la estación. Buscábamos el andén nº 8, que en eso ya me había fijado yo el día anterior al sacar los billetes, confirmándoselo a Karím un trabajador de la estación, con gran sorpresa para él por mi acierto. Nuestro vagón estaba algo lejos, viajábamos en primera y tuvimos que recorrer buen trecho en el andén hasta llegar. Subimos al tren, localizamos los asientos y hubo tiempo para poco más que comprar dos botellas de agua y un paquete de galletas. No pudimos conseguir nada más.

Viajando en primera clase de los llamados trenes españoles
Puntual a su hora, el tren partió de Cairo, comenzando para mí la tan ansiada travesía hacia Alto Egipto. Karím está cansado y pronto se pone a dormir. Yo con el té del desayuno estaba ya activo para unas horas, mirando por las ventanillas e intentando aprehender todo el paisaje que por ellas se colaba. Muchas horas nos esperaban pero el asiento era cómodo y el aire acondicionado, al menos a esa hora de la mañana, resultaba agradable. Así fue transcurriendo la mañana, en la que otros pasajeros, como nosotros, con parecido o idéntico destino, dormitaban en el vagón.

Salí a la plataforma a fumar, porque dentro estaba prohibido y también me acerqué al vagón cafetería aunque, más valía que no hubiera ido, porque su aspecto era deprimente. Si los vagones de primera, aunque viejos, se veían limpios, todo cambiaba en la cafetería y en los vagones de segunda. Tuve que ir al aseo, por llamarlo de algún modo y, aunque no era el aseo en el que estuve en Cairo, también allí había que llevar cuidado con no tocar nada, si no querías salir impregnado de extrañas sustancias.

Cada cierto tiempo pasaba un camarero con vasos de té en una bandeja, incluso nos ofreció unos bocadillos en alguno de sus paseos. Algún cristiano sí que pidió algo, pero la mayoría de viajeros se abstuvo de tomar comida o bebida alguna, excepción hecha, eso sí, de dos hombres que viajaban dos asientos delante de los nuestros, eran alemanes y hacían lo mismo que yo, viajar hacia Luxor. Uno de ellos resultó demasiado germánico, poco comunicativo, pero con el otro, en inglés, sí puede entenderme y el intercambio de información sobre posibilidades de alojamiento y de excursiones desde Luxor sirvió para pasar un buen trecho de aquel viaje. No obstante (esta es una impresión personal, de las que a veces hago sin querer y que suelen acertar casi siempre) me pareció apreciar cierto sentimiento de superioridad sobre los egipcios, cierto desprecio, también hacia Karím, por parte de los prusianos.

Me dije a mí mismo que esas corazonadas no debían condicionar mi comportamiento, que no había ni una sola prueba de que mis pensamientos fueran ciertos, pero no pude olvidarlos. No hablaban con él, no hablaban con ningún egipcio, tan sólo con el camarero que les traía el té, y lo justo para pagarle porque, para pedir lo hacían con señas. Tengo amigos alemanes y hasta cocinan pan alemán cuando voy a verlos, simplemente porque voy yo, no creo que a estas alturas tenga que enseñar un carné de antixenófobo, pero no me cayeron bien, y no fue por prejuicios antigermánicos. Reconozco que, desde que me puse en prevención, todo lo que hacían o decían me parecía racista, pero es que seguramente lo eran, así que decidí no continuar conversaciones que, además, implicaban cierta incomodidad, al estar separados por una fila de asientos.
La cara todavía colorada por el sol que hacía durante la visita a las pirámides.

Durante el viaje mi compañero comienza mi instrucción en frases elementales: Ana Karím, me dice, enta Antonio. Yo le contesto Ana Karím enta Antonio. No, no, la, la. Ana Karím, enta Antonio. Ah, le digo, Ana Antonio, enta Karím, y me contesta ah, ah, esto es, si, si. Entonces continúa él: Ana hena, enta hena, ana w enta hena. Y yo contestando Ana hena, enta hena, ana w enta hena. O sea, yo aquí, tu aquí, yo y tu estamos aquí.

Tan inmerso estaba en mis clases de árabe que no me di cuenta de que uno de los pasajeros egipcios nos estaba escuchando y nos miraba, hasta que me dice, corrigiéndome: Enta hena: tu aquí. Lo miro y le digo Ana hena, shokran, gracias, y él comienza a reírse, mirando a Karím y haciéndome un gesto con el pulgar en señal de aprobación. Por supuesto no era más que una invitación para iniciar una conversación en la que informamos a nuestro interlocutor, en inglés y egipcio, de nuestro destino y nuestros planes. Él iba a Aswan, pero volvería a Cairo antes de que nosotros llegáramos a su ciudad, así que perdimos la ocasión de contar con él para nuestra visita, aunque parecía que lo sintiera él más que nosotros.

Esta hospitalidad, esta amabilidad, esa amistad que te ofrecen nada más conocerte es la que a los occidentales nos hace recelar de ellos, y yo seguiré tomando mis precauciones, porque un cuidado elemental hay que tener siempre, pero mi experiencia me dice que sí, que lo dicen de verdad, que te ayudan en todo lo que pueden, que lo hacen de corazón. Para ellos el tiempo tiene un valor distinto, como he dicho antes, en el país de la eternidad, de la inmortalidad, el tiempo es algo sin importancia. Para nosotros, occidentales, el tiempo es oro, para ellos es algo que sucede, sin más.

Estas conversaciones con los egipcios del tren iban acompañadas de apretones de manos, bromas, ofrecimientos y familiaridades impensables para nuestros acompañantes germanos, eran la salsa de mi viaje, lo que normalmente es más difícil encontrar en el típico viaje organizado (aunque no es imposible, ni mucho menos) y yo lo estaba pasando de maravilla.

Mi condición de cristiano me permitía beber y comer, pero no teníamos comida, bebida sí que teníamos, por supuesto agua, aunque podía pedirme en el tren algún té. Sin embargo me parecía mal tomarlo delante de Karím, aunque me rogó que comiera algo, y de los demás musulmanes, así que me fui a la plataforma, donde fumaba y me comí las galletas, pocas y nada recomendables, pero tenía hambre. Me fui a la cafetería y me pedí un té, allí lo tomé con algunos cristianos y con musulmanes que, por alguna razón, no ayunaban ese día, supongo que por estar de viaje que, junto a la enfermedad son los dos motivos que yo conozco por los que pueden romper el ayuno a condición de que lo recuperen tras el mes de ramadán.

Se acercan las cinco de la tarde, media hora después ya podrán comer los musulmanes y el camarero comienza a atender las solicitudes que le hacen los pasajeros. Un desfile de bocadillos, vasos con té, dulces, pasa ante nosotros y, como no llevamos comida nos unimos a los hambrientos peticionarios. Yo puedo comer cuando quiera, pero decido esperarme, los musulmanes me miran extrañados, comienzan a decirme enta mushry (tu eres egipcio) pero en realidad lo único que hago es esperar a Karím, total, esperar un poco más no es tan grave. Será el hambre o el aire acondicionado pero tengo frío, algunas personas se han puesto prendas de manga larga y yo no tengo ninguna, así que, para aliviar el frío de Karím y, sobre todo, el mío, abro mi maleta, saco mi galabeya y me la coloco encima, mientras a mi compañero le doy un pañuelo turbante con el que se cubre los hombros.

Un hombre mayor pasa con una bolsa llena de dátiles, va ofreciéndolos a todos los pasajeros musulmanes del tren, yo recuerdo que la forma “especial” de romper el ayuno de ramadán es tomar dos dátiles con un vaso de agua y, cuando el hombre llega a nuestro asiento Karím acepta los dátiles y yo… también. Supongo que por cortesía, o por verme con la galabeya, el hombre me hizo el ofrecimiento y menos mal que los acepté: pocas veces he comido dátiles como aquellos, quizá ninguna, estaban riquísimos, como pude saborear cuando uno de los musulmanes anunció a los demás que ya podían comer y yo, después de mi ridículo desayuno de las 7 de la mañana, un pequeño paquete de galletas y un té, vuelvo a tomar alimento sólido.

Nos comimos los bocadillos que habíamos comprado al camarero y unos tés que me parecieron riquísimos, a dos libras, (en Cairo pagaba media libra en la calle, una en locales y dos en hoteles), y nos ofrecieron comida de unas fiambreras que llevaban algunos musulmanes pero que rechazamos por tener ya comida, y por vergüenza, porque, al menos yo, me quedé con las ganas, no por hambre, sino por probar aquellos guisos.

Todavía transcurrió más de una hora hasta que llegamos a nuestro destino, Luxor, ya es noche cerrada, nos despedimos de los musulmanes que continuaban camino hacia Aswan y descendimos del tren, yo con mi galabeya y un montón de ilusiones, Karím con su sonrisa.